
Una buena parte de los politólogos y académicos de Latinoamérica emparenta – “monolíticamente” - lo que no es del espectro político de la izquierda como propio del ala conservadora y hasta proclive a los gobiernos dictatoriales, lo que en no pocos casos está adjetivado como derechista “sin ton ni son”.
Tal afirmación de ciertos pensadores mal llamados progresistas, por supuesto, peca de ser demasiado infantil, reduccionista y determinista. Ni la derecha ni la izquierda política, en un orden democrático, al menos, se hallan en teoría impregnados de ideas totalitarias o autoritarias; sin embargo, huelga decir que cierta inclinación de la intelligentsia por vocablos afines al marxismo o al Socialismo Real, termina por socavar cualquier escenario de debate cercano a la realidad presente.
Verbigracia, se constata en el margen latinoamericano, una predilección por estudiar los fenómenos sociales y económicos a la luz de ideas preconcebidas de ciertos pensadores marginales en Occidente que no hallan precisamente reducto en América Latina, o simplemente, se hace grandes galas a los héroes de barro y plomo como el Che Guevara, y los consabidos cantos de Silvio Rodríguez y su playa Girón. Se trata, diría, en pleno auge de las así llamadas izquierdas latinoamericanas, de una moda infanto-juvenil que viene de tiempo atrás y que no ha sido medianamente esgrimida con claridad por los pensadores de esta parte del mundo.
Uno de los recientes libros de Julio María Sanguinetti – titulado “La fuerza de las ideas” – da cuenta con enorme prolijidad y no menor intelecto de la necesidad que tuvo en su momento, aunar criterios entorno al liberalismo propugnado en la Revolución Francesa y la Independencia de los Estados Unidos, la fundación de la República Oriental del Uruguay, y la impronta del Estado batllista en todos los escenarios de la vida social y cotidiana. De esta manera se entiende, pues, el pluralismo político del país oriental, así como los derechos y las libertades del que gozan sus ciudadanos.
Debido a lo anterior, resta saber si aquello que denominamos izquierda política latinoamericana, no es más que un canto de sirena, o como dije, una simple obra del pensamiento coyuntural, tras el que se esconden emblemas autoritarios, o simple y llanamente un odio visceral contra los Estados Unidos y otros fantasmas y elucubraciones – como el mito del buen salvaje, creador, muy lamentablemente, del etnonacionalismo de corte racista y revanchista de países como Perú o Bolivia -.
El socialismo, ya no hablemos pues del socialismo democrático europeo, está tildado de ser el género de todos los males. Me rehúso a creer en ello. Muchas de las grandes ideas progresistas del mundo entero, por ejemplo, la implementación de derechos económicos y sociales a lo largo y ancho del planeta, han tenido una vertiente socialista, en cuanto a su crítica contra los males del capitalismo salvaje experimentado en una buena parte del siglo XIX y XX. Ya en el mundo contemporáneo, de hecho, y sin más preámbulo, muchos países desarrollados de Europa, tales los casos de Suecia, Noruega y hasta la Alemania actual, han estado gobernados o han incorporado en sus leyes postulados de la Internacional Socialista, que me parecen claramente condicentes con la democracia.
Otra cosa muy distinta, es lo que pasa en Latinoamérica donde ser de izquierda parece, cuándo menos, callar frente a ciertas atrocidades de regímenes autoritarios y totalitarios, que son los responsables, como diría Carlos Sánchez Berzaín, de “crisis humanitarias, migraciones forzadas, conspiraciones y desestabilización de gobiernos democráticos, narcotráfico, terrorismo, apoyo a la invasión de Rusia a Ucrania, presos políticos, tortura, masacres, exilio, desconocimiento de la nacionalidad”. ¿Qué dice la izquierda política latinoamericana, o al menos la academia acerca de estos males que nos aquejan y que tienen nombres y apellidos, nacionalidades y ámbitos de actuación y penetración?.
El partidismo político e incluso la ideología no deberían ser óbices para denunciar el origen y resultado de estas calamidades sociales. En su momento, escribí un artículo crítico del gobierno de Sunak respecto a su incumplimiento de leyes internacionales en materia de derecho internacional de los derechos humanos. Hoy, me siento en la obligación moral de debatir con esa izquierda política latinoamericana, que so pretexto de ser antiimperialista – lo cuál no es un ribete propio únicamente de las izquierdas – acomete crímenes de lesa humanidad. Ojalá este debate se propulsara en un ambiente académico rico de ideas, y no exento de examen minucioso del acontecer actual.
Mucho me temo, sin embargo, que si bien habrán muchos deseosos de debatir en un alto nivel de compromiso crítico y éticamente responsable, otros que tildarán mi idea como una utopía, o una inclusive simple falacia. Espero, por lo pronto, que europeos y latinoamericanos; norteamericanos, centroamericanos y sudamericanos, nos pongamos a trabajar en hechos más que en consignas vacías de contenido.